Internacional | Irene Selser

El papa Francisco / AP

Si quedaban dudas sobre el compromiso anunciado por el pontífice argentino de corregir el rumbo de la Iglesia católica y sanear la corrompida Curia romana, la audiencia navideña del papa Francisco, el 22 de diciembre, donde advirtió a su propio entorno de las “enfermedades” que minan al Vaticano, permite confiar en que su prédica por la recuperación de los valores cristianos no es un discurso oportunista frente a una grey cada vez más escéptica y que ha mudado su fe hacia el protestantismo, al menos en América Latina.

El líder jesuita, nacido en Buenos Aires en 1936, “está empeñado en que la Iglesia salga al encuentro de la gente con un mensaje comprensivo y entusiasta, (…) convencido de que debe pasar de una Iglesia ‘reguladora de la fe’ a una Iglesia ‘transmisora y facilitadora de la fe’”, afirma al respecto la periodista italiana Francesca Ambrogetti, coautora junto con su colega argentino Sergio Rubin del libro El papa Francisco. Conversaciones con Jorge Bergoglio (Ediciones B, Barcelona, 2013, pp.194).

En su audiencia navideña, el ex arzobispo de Buenos Aires enlistó sin rubores las “15 enfermedades” que minan al clero, entre ellas “sentirse superiores a todos y no al servicio de todos”, como parte de su “patología del poder”.

Recordemos que en febrero de 2013, previa a la elección de Bergoglio —el 13 de marzo—, un decepcionado Benedicto XVI denunció en su última misa multitudinaria en la Basílica de San Pedro la “hipocresía religiosa (que ha) desfigurado el rostro de la Iglesia”, marcada por “individualismos y rivalidades”.

A los males expuestos entonces por Joseph Ratzinger, Francisco sumó ahora el “alzhéimer espiritual” de la Curia, que “ha perdido la memoria del encuentro con el Señor”; su “vanagloria”; la “acumulación de bienes materiales” y también una “cara fúnebre”, contraria al “rostro amable” que debe tener el sacerdote.

En sus pláticas a lo largo de dos años (2008-2010) con Ambrogetti y Rubin, el entonces cardenal primado de Argentina, obsesionado con el “encuentro y la unidad”, destacó que “la vida cristiana es dar testimonio con alegría, como lo hacía Jesús. Santa Teresa decía que un santo triste es un triste santo”.

En el libro, Bergoglio recuerda que a los 21 años —había decidido ser sacerdote a los 17—, optó por la Compañía de Jesús, “atraído por su condición de fuerza de avanzada de la Iglesia, (pero) con obediencia y disciplina. Y por estar orientada a la tarea misionera” (que es) una llamada de Dios ante un corazón que la está esperando consciente o inconscientemente, como cuando Jesús miró a Mateo en una actitud como misericordiando y eligiendo”.

En el capítulo siete, dedicado al “Desafío de salir al encuentro de la gente”, Bergoglio reconoce el alejamiento de los fieles. Según el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), la Iglesia católica perdió en las últimas décadas al menos 20 por ciento de su grey. Un fenómeno propiciado en buena medida por la demonización que Juan Pablo II y el mismo Ratzinger hicieron de la Teología de la Liberación, que propiciaba una Iglesia con y desde la gente, como alentó el también diluido Concilio Vaticano II.

“Es clave para los católicos, tanto clérigos como laicos, que salgamos al encuentro de la gente”, afirma Bergoglio, y cita a un sacerdote amigo según el cual “estamos frente a una situación totalmente opuesta a la que plantea la parábola del pastor, que tenía 99 ovejas en el corral y fue a buscar la que se perdió: tenemos una en el corral y 99 que no vamos a buscar”.

Y sobre la vieja polémica de hasta dónde debe involucrarse la Iglesia en la realidad social, el hoy papa Francisco plantea en el libro algo que sirve para explicar su exitosa mediación entre EU y Cuba para relanzar los lazos comunes tras medio siglo de enemistad: “La cuestión es no meterse en la política partidista, sino en la gran política que nace de los mandamientos y del Evangelio. Denunciar atropellos a los derechos humanos, situaciones de explotación o exclusión, (…) no es hacer partidismo. El Compendio de Doctrina Social de la Iglesia está lleno de denuncias y no es partidista. Cuando salimos a decir cosas, algunos nos acusan de hacer política. Yo les respondo: sí, hacemos política en el sentido evangélico de la palabra, pero no partidista”.

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